El teatro
El origen
del teatro en España gira en torno a dos fiestas religiosas: Navidad y Pascua
de Resurrección. Al final de las ceremonias religiosas solían representarse
junto al altar algunas escenas de la vida de Jesús. Poco a poco van
introduciéndose en estas escenas elementos profanos ajenos a la religión,
convirtiéndose en verdaderas representaciones teatrales, pasando a ser
representadas en los atrios de las iglesias. Finalmente los elementos profanos
superan a los religiosos y el teatro se convierte en un espectáculo para el
pueblo, representándose ya en las plazas públicas.
La Celestina
- La obra
Se llama
también Tragicomedia de Calisto y Melibea y es una obra dialogada en prosa que
no se puede representar en el teatro debido a su gran extensión y a su
estructura.
La primera
edición (Burgos, 1499) tenía 16 actos; la de Sevilla (1502) 21 actos; en la
edición de Toledo de 1562 se le añadió un acto más.
- El
autor
Durante
mucho tiempo se dudó acerca de la autoría de la obra. Se da como seguro que fue
Fernando de Rojas, que nació
en Puebla de Montalbán (Toledo), probablemente en 1476. Estudió leyes en la
Universidad de Salamanca y llegó a a ser Alcalde Mayor de Talavera (Toledo),
donde murió en el año 1541.
Según cuenta
él mismo en el prólogo, leyó el primer acto de la obra que circulaba entre los
estudiantes de la universidad sin saber quién lo había escrito. Le gustó y se
dedicó a continuar la obra con el resto se los actos, acabando en 15 días,
durante sus vacaciones.
Hay críticos
literarios que consideran la imposibilidad de que Fernando de Rojas se identificara
tan perfectamente con el autor del primer acto; y que fue él quien escribió
toda la obra. Hoy se acepta que en la creación de la obra intervinieron dos
autores.
- El
argumento
En La
Celestina se muestran los trágicos amores de Calisto y Melibea y las malas
artes que emplea la alcahueta Celestina para que se enamoren.
Calisto, un
mozo inteligente y de clase alta, ha conocido en una huerta, algo alejada de la
cuidad, a la bellísima Melibea, y se ha enamorado de ella. Vuelve a
encontrársela en la ciudad, cerca de la iglesia, y le comunica sus
sentimientos; ella lo despide irritada. Vuelve Calisto a su casa y confiesa su
amor y su pesar a su criado Sempronio. Éste le propone que utilice a la vieja
Celestina como intermediaria, para que suavice la aspereza de Melibea.
Celestina logra entrar en la mansión de Melibea e intercede en favor del enamorado; consigue vencer su esquivez y la joven corresponde a Calisto. Sempronio y Pármeno, criados de Calisto, de acuerdo con Celestina, desean explotar la pasión de su amo, que había ofrecido a la vieja una cadena de oro si lograba sus propósitos. Los criados reclaman su parte a la vieja, que se niega; la matan y huyen. Pero son apresados y muertos por la justicia.
Calisto suele visitar a Melibea trepando a su jardín por una escalera de cuerda; estando en él, se produce en la calle una pelea. El joven, pensando que uno de sus nuevos criados tiene problemas, desea intervenir en ella y al bajar por la escalera cae al vacío. Calisto muere, y Melibea, al saberlo, sube a una torre y se arroja desde lo alto.
La obra termina con el llanto de Pleberio, padre de Melibea.
Celestina logra entrar en la mansión de Melibea e intercede en favor del enamorado; consigue vencer su esquivez y la joven corresponde a Calisto. Sempronio y Pármeno, criados de Calisto, de acuerdo con Celestina, desean explotar la pasión de su amo, que había ofrecido a la vieja una cadena de oro si lograba sus propósitos. Los criados reclaman su parte a la vieja, que se niega; la matan y huyen. Pero son apresados y muertos por la justicia.
Calisto suele visitar a Melibea trepando a su jardín por una escalera de cuerda; estando en él, se produce en la calle una pelea. El joven, pensando que uno de sus nuevos criados tiene problemas, desea intervenir en ella y al bajar por la escalera cae al vacío. Calisto muere, y Melibea, al saberlo, sube a una torre y se arroja desde lo alto.
La obra termina con el llanto de Pleberio, padre de Melibea.
- Los
personajes
Dos mundos
se contraponen en la obra: el ideal o renacentista, de los jóvenes enamorados que sólo
viven para su pasión; y el real o medieval de la Celestina y los criados, ruines explotadores de
aquel amor.
El personaje
mejor trazado en la obra es de Celestina, la vieja astuta, encarnación del mal,
que con tentadoras palabras quebranta la virtud de Melibea.
Uno de los
aspectos más destacables de la obra es la magnífica caracterización de los
personajes a través del lenguaje que emplean: los personajes nobles, como
Calisto y Melibea, se expresan con delicadeza y elocuencia, mientras que los
personajes populares, como Celestina y los criados, emplean un lenguaje más
espontáneo y popular, lleno de refranes y frases hechas.
- La
intención
A pesar de
la la obra es bastante cruda, tanto por las pasiones como por el lenguaje
utilizado, la intención es didáctica. Intenta prevenir a las muchachas de la
época contra las trampas de las alcahuetas que trataban de minar su recato; y
advertir a los jóvenes de todos los tiempos contra las locuras del amor, contra
la tentación de sentir el amor como lo único y los más importante; como algo
que si no se domina conduce a la destrucción y a la muerte.
Textos
Fragmentos
de LA CELESTINA (Fernando
de Rojas)
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Calisto encuentra a Melibea
Conviene
observar el lenguaje artificioso, retórico,y, a la vez, vivo con que se
expresan los personajes. Utilizan rimas, finales semejantes en las frases
(similicadencia), oraciones de estructura semejante (paralelismo),
contrastes...
Melibea parece aceptar a Calisto, pero acaba despidiéndolo con violencia. |
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CALISTO.-
En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
MELIBEA.-
¿En qué, Calisto?
CALISTO.-
En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mi
inmérito tanta merced que verte alcanzase, y, en tan conveniente lugar, que
mi secreto dolor manifestarte pudiese. Por cierto, los gloriosos santos que
se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo ahora contemplándote.
MELIBEA.-
¿Por gran premio tienes éste, Calisto?
CALISTO.-
Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo la silla sobre
sus santos, no lo tendría por tanta felicidad.
MELIBEA.-
Pues aún más igual galardón te daré yo, si perseveras.
CALISTO.-
¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis
oído!
MELIBEA.-
Mas desventuradas de que me acabes de oír. Porque la paga será tan fiera cual
merece tu loco atrevimiento. Y el intento de tus palabras ha sido como de
ingenio de tal hombre como tú. ¡Vete, vete de ahí, torpe!
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Celestina capta la voluntad de
Melibea
Celestina
comienza hablándole de los males de la vejez, con el fin de convencerla de
que debe amar mientras sea joven. La perversa vieja es hábil en el arte de
minar las voluntades ajenas. Cuando comienza a hablarle de Calisto, Melibea
se irrita; Celestina la aplaca diciéndole que el joven sólo quiere que rece
por él y el cordón de su vestido. La muchacha le permite seguir hablando, y
ella continúa con su malvada persuasión. Este fragmento es una obra maestra.
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CELESTINA.-
A la mi fe, la vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de
pensamientos, amiga de rencillas, congoja continua, llaga incurable, mancilla
de lo pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir, vecina de
la muerte, choza sin rama que se llueve por cada parte, cayado de mimbre que
con poca carga se doblega.
MELIBEA.-
¿Por qué dices, madre, tanto mal de lo que todo el mundo, con tanta eficacia,
gozar o ver desea?
CELESTINA.-
Desean harto mal para sí, desean harto trabajo. Desean llegar allá porque
llegando viven, y el vivir es dulce, y viviendo envejecen. Así, que el niño
desea ser mozo, y el mozo viejo, y el viejo más, aunque con dolor. Todo por
vivir, porque, como dicen, "viva la gallina con su pepita". Pero
¿quién te podría contar, señora, sus daños, sus inconvenientes, sus fatigas,
sus cuidados, sus enfermedades, su frío, su calor, su descontentamiento, su
rencilla, su pesadumbre; aquel arrugar de cara, aquel mudar de cabellos su
primera y fresca color, aquel poco oír, aquel debilitado ver, puestos los
ojos a la sombra, aquel hundimiento de boca, aquel caer de dientes, aquel
carecer de fuerza, aquel flaco andar, aquel espacioso comer? Pues ¡ay,
señora!, si lo dicho viene acompañado de pobreza, allí verás callar todos los
otros trabajos cuando sobra la gana y falta la provisión, que jamás sentí
peor ahíto que de hambre.
En Dios y en mi alma [Calisto] no tiene hiel; gracias dos mil; en franqueza, Alexandre; en esfuerzo, Héctor; gesto de un rey, gracioso, alegre, jamás reina en él tristeza. De noble sangre, como sabes. Gran justador; pues verlo armado: un San Jorge. fuerza y esfuerzo, no tuvo Hércules tanta. La presencia y facciones, disposición, desenvoltura, otra lengua había menester para las contar. Todo junto semeja ángel del cielo. Ahora, señora, tiénele derribado una sola muela que jamás cesa de quejar.
MELIBEA.-
¿Y qué tiempo ha?
CELESTINA.-
Podrá ser, señora, de veintitrés años; que aquí está Celestina que lo vio
nacer.
MELIBEA.-
Ni te pregunto eso, ni tengo necesidad de saber su edad; sino qué tanto ha
que tiene el mal.
CELESTINA.-
Señora, ocho días. Que parece que ha un año en su flaqueza.
MELIBEA.-
¡Oh, cuánto me pesa con la falta de mi paciencia! Porque siendo él ignorante
y tú inocente, habéis padecido las alteraciones de mi airada lengua. En pago
de tu sufrimiento, quiero cumplir tu demanda y darte luego mi cordón. Y
porque para escribir la oración no habrá tiempo sin que venga mi madre, si
esto no bastare, ven mañana por ella muy secretamente.
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Calisto interroga a Celestina
Se trata
de la escena en que Calisto interroga a Celestina sobre los resultados de su
primera entrevista con Melibea. Junto con Calisto y la vieja alcahueta,
intervienen en la escena Sempronio y Pármeno, criados del joven enamorado.
Las partes más importantes del diálogo corresponden a los largos parlamentos de la vieja. Con palabras llenas de astucia, Celestina se las ingenia para poner de relieve la habilidad con la que ha conseguido vencer la resistencia de Melibea. Todo lo que dice va encaminado a ganar la confianza de Calisto con el fin de que éste pague largamente sus servicios. La astucia y la avaricia son los rasgos más sobresalientes del carácter de la vieja alcahueta. |
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CALISTO.-
Si no quieres, reina y señora mía, que desespere y vaya mi ánima condenada a
perpetua pena oyendo esas cosas, certifícame brevemente si no hubo buen fin
tu demanda gloriosa, y la cruda y rigurosa muestra de aquel gesto angélico y
matador. Pues todo eso es más señal de odio que de amor.
CELESTINA.-
La mayor gloria que el secreto oficio de la abeja se da, a la cual los
discretos deben imitar, es que todas las cosas por ella tocadas convierte en
mejor de lo que son. De esta manera me he habido con las zahareñas razones y
esquivas de Melibea. Todo su rigor traigo convertido en miel, su ira en
mansedumbre, su aceleramiento en sosiego. Pues ¿a qué piensas que iba allá la
vieja Celestina, a quien tú, demás de tu merecimiento, magníficamente
galardonaste, sino a ablandar su saña, a sufrir su accidente, a ser escudo de
tu ausencia, a recibir en mi manto los golpes, los desvíos, los menosprecios,
desdenes, que muestran aquéllas en los principios de sus requerimientos de
amor, para que sea después en más tenida su dádiva? Que a quien más quieren,
peor hablan. Y si así no fuese, ninguna diferencia habría entre las públicas
que aman, a las escondidas doncellas, si todas dijesen sí a la entrada de su
primer requerimiento, en viendo que de alguno eran amadas. Las cuales, aunque
están abrasadas y encendidas de vivos fuegos de amor, por su honestidad
muestran un frío exterior, un sosegado rostro, un apacible desvío, un
constante ánimo y casto propósito, unas palabras agrias, que la propia lengua
se maravilla del gran sufrimiento suyo, que le hacen forzosamente confesar al
contrario de lo que siente. así que, para que tú descanses y tengas reposo,
mientras te contare por extenso el proceso de mi habla y la causa que tuve
para entrar, sabe que el fin de su razón fue muy bueno.
CALISTO.-
Ahora, señora, que me has dado seguro para que ose esperar todos los rigores
de la respuesta, di cuanto mandares y como quisieres, que yo estaré atento.
Ya me reposa el corazón, ya descansa mi pensamiento, ya reciben las venas y
recobran su perdida sangre, ya he perdido temor, ya tengo alegría. Subamos,
si mandas, arriba. En mi cámara me dirás por extenso lo que aquí he sabido en
suma.
CELESTINA.-
Subamos, señor.
PÁRMENO.-
(¡Oh, Santa María! ¡Qué rodeos busca este loco para huir de nosotros, para
poder llorar a su placer con Celestina de gozo, y por descubrirle mil deseos
de su liviano y desvariado apetito, por preguntar y responder seis veces cada
cosa, sin que esté presente quien le pueda decir que es prolijo! Pues te
aseguro yo, desatinado, que tras ti vamos.)
CALISTO.-
Mira, señora, qué hablar trae Pármeno; cómo se viene santiguando de oír lo
que has hecho de tu gran diligencia. Espantado está, por mi fe, señora
Celestina. Otra vez se santigua. Sube, sube, sube, y siéntate, señora, que de
rodillas quiero escuchar tu suave respuesta. Y dime luego: la causa de tu
entrada, ¿qué fue?
CELESTINA.-
Vender un poco de hilado, con que tengo cazadas más de treinta de su estado,
si a Dios ha placido, en este mundo, y algunas mayores.
CALISTO.-
Eso será de cuerpo, madre; pero no de gentileza, no de estado, no de gracia y
discreción, no de linaje, no de presunción con merecimiento, no en virtud, no
en habla.
PÁRMENO.-
(Ya discurre eslabones el perdido, ya se desconciertan sus badajadas. Nunca
da menos de doce, siempre está hecho reloj de mediodía. Cuenta, cuenta,
Sempronio, que estás embobado oyéndole a él locuras y a ella mentiras.)
SEMPRONIO.-
(¡Oh maldicente venenoso! ¿Por qué cierras las orejas a lo que todos los del
mundo las aguzan, hecho serpiente que huye la voz del encantador? Que sólo
por ser de amores estas razones, aunque mentiras, las habís de escuchar con
gana.)
CELESTINA.-
Oye, señor Calisto, y verás tu dicha y mi solicitud qué obraron. Que, en comenzando
yo a vender y poner en precio mi hilado, fue su madre de Melibea llamada para
que fuese a visitar una hermana suya enferma. Y como le fue necesario
ausentarse, dejó en su lugar a Melibea para...
CALISTO.-
¡Oh gozo sin par, oh singular oportunidad, oh oportuno tiempo! ¡Oh quién
estuviera allí debajo de tu manto, escuchando qué hablaría sola aquella en
quien Dios tan extremadas gracias puso!
CELESTINA.-
¿Debajo de mi manto dices? ¡Ay mezquina! Que fueras visto por treinta
agujeros que tiene, si Dios no le mejora.
PÁRMENO.-
(Sálgome fuera, Sempronio. Ya no digo nada, escúchatelo todo. Si este perdido
de mi amo no midiese con el pensamiento cuántos pasos hay de aquí a casa de
Melibea, y contemplase en su gesto, y considerase cómo estaría concertado el
hilado, todo el sentido puesto y ocupado en ella, él vería que mis consejos
le eran más saludables que estos engaños de Celestina.)
CALISTO.-
¡Qué es esto, mozos? Estoy yo escuchando atento, que me va la vida; vosotros
susurráis, como soléis, por hacerme mala obra y enojo. Por mi amor, que
calléis; moriréis de placer con esta señora, según su buena diligencia. Di,
señora: ¿qué hiciste cuando te viste sola?
CELESTINA.-
Recibí, señor, tanta alteración de placer, que cualquiera que me viera me lo
conociera en el rostro.
CALISTO.-
Ahora la recibo yo; cuanto más quien ante sí contemplaba tal imagen.
¿Enmudecerías con la novedad inesperada?
CELESTINA.-
Antes me dio más osadía a hablar lo que quise verme sola con ella. Abrí mis
entrañas, díjele mi embajada: cómo penabas tanto por una palabra de su boca
salida en favor tuyo para sanar un tan gran dolor. Y como ella estuviese
suspensa mirándome, espantada del nuevo mensaje, escuchando hasta ver quién
podía ser el que así por necesidad de su palabra penaba, o a quien pudiese
sanar su lengua, en nombrando tu nombre atajó mis palabras y se dio en la
frente una gran palmada, como quien cosa de gran espanto hubiese oído,
diciendo que cesase mi habla y me quitase delante, si no quería hacer a sus
servidores verdugos de mi postrimería, agravando mi osadía, llamándome
hechicera, alcahueta, vieja falsa, barbuda, malhechora y otros muchos
ignominiosos nombres, con cuyos títulos asombran a los niños de cuna. Y
detrás de esto mil amortecimientos y desmayos, mil milagros y espantos, turbado
el sentido, bulliendo fuertemente los miembros todos a una parte y a otra,
herida de aquella dorada flecha, que del sonido de tu nombre le tocó,
retorciendo el cuerpo, las manos enlazadas, como quien se despereza, que
parecía que las despedazaba, mirando con los ojos a todas partes, coceando
con los pies el suelo duro. Y yo, a todo esto, arrinconada, encogida,
callando, muy gozosa con su ferocidad. Mientras más basqueaba, más yo me
alegraba, porque más cerca estaba el rendirse y su caída. Pero entretanto me
gastaba aquel espumajoso almacén su ira, yo no dejaba mis pensamientos estar
vagos ni ociosos, de manera que tuve tiempo para salvar lo dicho.
CALISTO.-
Eso me di, señora madre. Que yo he revuelto en mi juicio mientras te escucho,
y no he hallado disculpa que buena fuese ni convincente, con que lo dicho se
cubriese ni colorase, sin quedar terrible sospecha de tu demanda. Porque
conozca tu mucho saber, que en todo me pareces más que mujer: que como tu
respuesta tú pronosticaste, proveíste con tiempo tu réplica. ¿Qué más hacía
aquella tusca Adeleta, cuya fama siendo tú viva se perdiera? La cual tres
días antes de su fin pronosticó la muerte de su viejo marido y de los dos
hijos que tenía. Ya creo lo que se dice: que el género flaco de las hembras
es más apto para las prestas cautelas que el de los varones.
CELESTINA.-
¿Qué, señor? Dije que tu pena era el mal de muelas, y que la palabra que de
ella querría era una oración que ella sabía, muy devota para ellas.
CALISTO.-
¡Oh maravillosa astucia! ¡Oh singular mujer en su oficio! ¡Oh cautelosa
hembra! Oh medicina presta! ¡Oh discreta en mensajes! ¿Cuál humano seso
bastara a pensar tan alta manera de remedio?
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Muerte de Calisto
En la
primera escena, Melibea se encuentra en el jardín de su casa acompañada por su
criada Lucrecia. Mientras espera la visita de Calisto, la joven enamorada
canta canciones de amor. Aparece Calisto que elogia el canto de su amada y a
continuación se establece entre ellos un bello diálogo amoroso. Abajo se oye
la voz de Sosia, criado de Calisto, que riñe con unos rufianes. Al acudir en
su ayuda, Calisto cae desde lo alto de la escalera que le ha servido para
franquear la tapia del jardín. La escena final está constituida por las
lamentaciones de Tristán, otro de los criados de Calisto, y de la desgraciada
Melibea.
Conviene observar el tipo de lenguaje utilizado por unos y por otros. Los enamorados se expresan en una lengua culta, elevada, como corresponde a su condición de personas de clase social alta. Los criados se expresan de acuerdo con un nivel de lengua popular, que se corresponde con la lengua hablada en la época. |
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MELIBEA.-
Óyeme tú, por mi vida, que yo quiero cantar sola.
CALISTO.-
Vencido me tiene el dulzor de tu suave canto; no puede más sufrir tu penado
esperar. ¡Oh mi señora y mi bien todo! ¿Cuál mujer podía haber nacida que
desprivase tu gran merecimiento? ¡Oh interrumpida melodía! ¡Oh gozoso rato!
¡Oh corazón mío! ¿Y cómo no pudiste más tiempo sufrir sin interrumpir tu gozo
y cumplir el deseo de entrambos?
MELIBEA.-
¡Oh sabrosa traición! ¡Oh dulce sobresalto! ¿Es mi señor y mi alma? ¿Es él?
No lo puedo creer. ¿Dónde estabas, luciente sol? ¿Dónde me tenías tu claridad
escondida? ¿Hacía rato que escuchabas? ¿Por qué me dejabas echar palabras sin
seso al aire, con mi ronca voz de cisne? Todo se goza este huerto con tu
venida. Mira la luna, cuán clara se nos muestra; mira las nubes, cómo huyen;
oye la corriente agua de esta fontecica, cuánto más suave murmullo y húmedo
lleva por entre las frescas hierbas. Escucha los altos cipreses, cómo se dan
paz unos ramos con otros, por intercesión de un templadico viento que los
mece. Mira sus quietas sombras cuán oscuras están, y aparejadas para encubrir
nuestro deleite. Lucrecia, ¿qué sientes, amiga? ¿Tornaste loca de placer?
Déjamelo, no me lo despedaces, no le trabajes sus miembros con tus pesados
brazos. Déjame gozar de lo que es mío, no me ocupes mi placer.
CALISTO.-
Pues, señora y gloria mía, si mi vida quieres, no cese tu suave canto. No sea
de peor condición mi presencia, con que te alegras, que mi ausencia, que te
fatiga.
SOSIA.-
¿Así, bellacos, rufianes, veníais a aterrorizar a los que no os temen? Pues
yo os juro que si esperáis, que yo os hiciera ir como merecíais.
CALISTO.-
Señora, Sosia es aquel que da voces. Déjame ir a verlo, no lo maten; que no
está sino un pajecico con él. Dame presto mi capa, que está debajo de ti.
MELIBEA.-
¡Oh triste de mi ventura! No vayas allá sin tus corazas; tórnate a armar.
CALISTO.-
Señora, lo que no hace espada y capa y corazón, no lo hacen coraza y capacete
y cobardía.
SOSIA.-
¿Aún tornáis? Esperad; quizá venís por lana.
CALISTO.-
Déjame, por Dios, señora, que puesta está la escala.
MELIBEA.-
¡Oh, desdichada soy! ¡Y cómo vas, tan recio y con tanta prisa y desarmado, a
meterte entre quien no conoces! Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto
a un ruido. Echémosle sus corazas por la pared, que se quedan acá.
TRISTÁN.-
Tente, señor, no bajes. Idos son; que no eran sino Traso el cojo y otros
bellacos, que pasaban voceando. Que ya se torna Sosia. Tente, tente, señor,
con las manos a la escala.
CALISTO.-
¡Oh, válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!
TRISTÁN.-
Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído de la escala, y
no habla ni se bulle.
SOSIA.-
¡Señor, señor, ¡A esa otra puerta...! ¡Tan muerto es como mi abuela! ¡Oh gran
desventura!
LUCRECIA.-
¡Escucha, escucha! ¡Gran mal es éste!
MELIBEA.-
¿Qué es esto que oigo, amarga de mí?
TRISTÁN.-
¡Oh mi señor y mi bien muerto! ¡Oh mi señor despeñado! ¡Oh triste muerte sin
confesión! Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la cabeza del
desdichado amo nuestro. ¡Oh día aciago! ¡Oh arrebatado fin!
MELIBEA.-
¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero
acontecimiento como oigo? Ayúdame a subir, Lucrecia, por estas paredes, veré
mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien y placer,
todo es ido en humo! ¡Mi alegría es perdida! ¡Consumióse mi gloria!
LUCRECIA.-
Tristán, ¿qué dices, mi amor? ¿Qué es eso que lloras tan sin mesura?
TRISTÁN.-
¡Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores! Cayó mi señor Calisto de la
escala y es muerto. Su cabeza está en tres partes. Sin confesión pereció.
Díselo a la triste y nueva amiga, que no espere más su penado amador. Toma,
tú, Sosia, de los pies. Llevemos el cuerpo de nuestro querido amo donde no
padezca su honra detrimento, aunque sea muerto en este lugar. Vaya con
nosotros llanto, acompáñenos soledad, síganos desconsuelo, vístanos tristeza,
cúbranos luto y dolorosa jerga.
MELIBEA.-
¡Oh la más de las tristes triste! ¡Tan poco tiempo poseído el placer, tan
presto venido el dolor!
LUCRECIA.-
Señora, no rasgues tu cara ni meses tus cabellos. ¡Ahora en placer, ahora en
tristeza! ¿Qué planeta hubo que tan presto contrarió su destino? ¡Qué poco
corazón es éste! Levanta, por Dios, no seas hallada por tu padre en tan
sospechoso lugar, que serás sentida. Señora, señora, ¿no me oyes? No te
desmayes, por Dios. Ten esfuerzo para sufrir la pena, pues tuviste osadía
para el placer.
MELIBEA.-
¿Oyes lo que aquellos mozos van hablando? ¿Oyes sus tristes cantares?
¡Rezando llevan con responso mi bien todo, muerta llevan mi alegría! No es
tiempo de yo vivir. ¿Cómo no gocé más del gozo? ¿Cómo tuve en tan poco la
gloria que entre mis manos tuve? ¡Oh ingratos mortales! Jamás conocéis
vuestros bienes sino cuando de ellos carecéis.
|
1ª.- Lee el
texto perteneciente a La Celestina que va a continuación. Utiliza el
diccionario si no entiendes alguna palabra.
UN CONJURO
A PLUTÓN (Fernando
de Rojas)
|
Celestina
conjura a Plutón para que Melibea se enamore de Calisto a través de un hilado
hechizado.
|
CELESTINA.-
Dime, ¿está desocupada la casa? ¿Fuese la moza que esperaba al ministro?
ELICIA.- Y
aun después vino otra y se fue.
CELESTINA.-
Pues sube rápido al piso alto y baja acá el bote del aceite de serpiente que
hallarás colgado del pedazo de la soga que traje del campo la otra noche
cuando llovía; y abre el arca de los hilos y hacia la mano derecha hallarás
un papel escrito con sangre de murciélago, debajo de aquella ala de dragón al
que sacamos ayer las uñas. Ten cuidado, no derrames el agua de mayo que me
trajeron a confeccionar.
ELICIA.-
Madre, no está donde dices. Jamás te acuerdas de dónde guardas las cosas.
CELESTINA.-
No me castigues, por Dios, a mi vejez; no me maltrates, Elicia. Entra en la
cámara de los ungüentos y en la pelleja de gato negro donde te mandé meter
los ojos de la loba, lo hallarás; y baja la sangre del macho cabrío y unas
poquitas de las barbas que tú le cortaste.
ELICIA.-
Toma, madre, aquí está.
CELESTINA.-
Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la
corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los
sulfúreos fuegos que los hirvientes volcanes manan, gobernador de los
tormentos y atormentadores de las almas pecadoras, administrador de todas las
cosas negras de los infiernos, con todas sus lagunas y sombras infernales y
litigioso caos. Yo, Celestina, tu más conocida cliente, te conjuro por la
virtud y fuerza de estas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna
ave con que están escritas, por la gravedad de estos nombres y signos que en
este papel se contienen, por el áspero veneno de las víboras de que este
aceite fue hecho, con el cual unto este hilado, a que vengas sin tardanza a
obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas y con ello estés sin irte ni un
momento, hasta que Melibea lo compre y con ello de tal manera quede enredada,
que cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi
petición, y se lo abras y lastimes del crudo y fuerte amor de Calisto; tanto
que, despedida toda honestidad, se descubra a mí y me premie mis pasos y
mensajes; y esto hecho, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces
con rapidez me tendrás por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles
tristes y oscuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con
mis ásperas palabras tu horrible nombre. Y otra y otra vez te conjuro; y así
confiando en mi mucho poder, parto para allá con mi hilado, donde creo te
llevo ya envuelto.
|
1a.-
Responde a las siguientes preguntas sobre la obra.
¿Con qué
otro nombre se conoce La Celestina?
|
|
¿A qué
género pertenece?
|
|
¿En qué
lugar se editó por primera vez?
|
|
¿De qué
año data la primera edición?
|
|
¿Cómo se
llama su autor?
|
|
¿Para qué
se escribió la obra?
|
|
1b.- Escribe
un resumen breve del texto "Un conjuro a Plutón".
1c.-
Responde a las siguientes preguntas sobre el texto.
¿Con qué
ser podemos identificar a Plutón?
|
|
¿Qué
ofrece Celestina a Plutón si hace lo que le pide?
|
|
¿Con qué
lo amenaza si no hace lo que le pide?
|
|
¿Qué
nombre da a lo escrito con sangre de murciélago?
|
|
¿Quienes
son los "condenados ángeles"?
|
|
¿Qué son
las "cárceles tristes"?
|
|
1d.- Escribe
todos los nombres que da Celestina a Plutón en el texto.
ACTIVIDAD 2 PREGUNTAS
GENERALES
1- ¿Quién
es Fernando de Rojas? Busca sus datos biográficos más importantes.
3- Se
dice de Rojas que fue un converso. Busca información, en alguna enciclopedia,
libro de texto o en Internet sobre este grupo social
4- ¿Qué
es una celestina? ¿Y una alcahueta? Busca estos términos en un diccionario o en
un libro de consulta.
5- ¿Qué
es el amor cortés? ¿Cuáles son sus características? Busca información sobre el
asunto en algún libro de texto, en una enciclopedia o en Internet.
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